IMAGINAR LA VIDA
Joan Riera, arquitecto
Como ya saben quienes se dedican a la arquitectura, el aprendizaje de este oficio es, en general, un proceso largo. Son muchos los aspectos que hay que llegar a conocer y controlar y eso exige un recorrido que transcurre paralelo a la trayectoria vital del arquitecto y que, a veces, solo da sus mejores frutos al cabo de muchos años de ejercicio de la profesión. Y, de la misma forma que nos gusta ver que hay personas que, a medida que crecen, van ganando en sencillez y naturalidad, también es grato poder apreciar una evolución similar en la obra de un arquitecto. Desde mi punto de vista este podría ser el caso de la evolución seguida por los arquitectos Ripoll y Tizón, a pesar de que dada su juventud pueda parecer que todavía es prematuro hablar de una trayectoria.
Así, si analizamos el camino que han seguido, podríamos ver como ya en sus primeros trabajos se podía adivinar una sensibilidad propia y la voluntad de no ahorrar esfuerzos para conseguir el resultado que buscaban. En aquellas primeras obras –una serie de viviendas con unas influencias muy marcadas por su formación en el estudio de Carme Pinós- los arquitectos enfatizaban significativamente el trabajo sobre los aspectos formales, buscando geometrías o espacios con una cierta complejidad, pero aún se podía echar de menos un control real sobre aspectos importantes, tales como la adecuación del espacio –la escala, los acabados- al uso doméstico que después tendrían aquellas obras. En cambio, en las obras más recientes que aquí se muestran, parece que se va consolidando una tendencia creciente hacia la consideración más integral de los edificios, trabajando a partir de valores intemporales en la arquitectura ejemplificados por el respeto por el lugar, la economía de medios o la adecuación de los sistemas constructivos a la realidad y tradición locales del emplazamiento de la obra.
De este conjunto de valores, en primer término aparece siempre el respeto por el lugar, tanto en obras en las que este respeto es muy evidente, como sería el caso del albergue de Sa Vinyeta en Menorca o el de la casa de Maria de la Salut, como en otras que, como en el caso de las viviendas de Benicàssim, se ubican en emplazamientos que podríamos definir como más difíciles, y que por tanto necesitaban de mecanismos de adaptación al lugar más sutiles y complejos. En Sa Vinyeta, tal vez su mejor obra, la relación del nuevo edificio con el territorio y los elementos existentes es ejemplar: el nuevo edificio se dibuja como un volumen horizontal blanco apoyado sobre las paredes de piedra en seco que ya existían en el lugar, consiguiendo con esta disposición un diálogo muy adecuado tanto con la horizontalidad del paisaje como con la antigua casona, un edificio de proporciones acertadas y con el color almagre característico de las cases de lloc (casas de las fincas rurales) de la isla. En Benicàssim, el edificio –una agrupación de cuatro viviendas- se sitúa en lo alto de un montículo, mostrándose desde lejos como una construcción que, quizás por el predominio de los cuerpos macizos, puede recordar a antiguas edificaciones (iglesias de Ibiza, ermitas, fincas rurales) que tradicionalmente y por diferentes razones de representación o de control del territorio, también se ubicaban de esta manera en el paisaje.
Para conseguir el encaje en el emplazamiento, Ripoll y Tizón acostumbran a partir de la definición de los diferentes volúmenes, correspondientes en general a partes diferenciadas del programa y que, siguiendo las distintas direcciones marcadas por las orientaciones, vistas o trazas del lugar, sirven también para definir unos espacios entre sí –ámbitos de acceso, espacios de estancia exterior- que tienen una continuidad en los espacios internos del edificio. Pocos volúmenes, bien definidos, iniciando un proceso de proyecto en el que la economía de gestos y recursos estará siempre presente. En algunos casos, este trabajo sobre la volumetría y el orden del edificio acaba siendo protagonista de la obra, tal como ocurre, por ejemplo, en el edificio de Benicàssim, en el que todo el proyecto está basado en una ingeniosa composición de los diferentes volúmenes (dos por vivienda, zona de noche y zona de día) que se van encajando y desplazando en planta y sección. La sencillez y la eficacia del mecanismo para resolver tanto la adecuada orientación y la privacidad de cada vivienda, como la correcta adecuación al emplazamiento del edificio, justifican en este caso –y obviando otras consideraciones- la lógica satisfacción de los arquitectos con la obra.
Esta definición de los volúmenes da la clave en algunos casos para la resolución del proyecto (en Benicàssim, Binissalem o Sa Vinyeta). En otros, tal sería el caso del edificio de viviendas de Llucmajor o la casa de Maria de la Salut, el proyecto –al estar situado entre medianeras- parece basarse en cambio en la relación que establece el edificio –sus fachadas- con los edificios vecinos: mediante una sección con medios niveles en el caso de Maria de la Salut, o utilizando una composición de fachadas con huecos y rehundidos perimetrales para las persianas tanto en Maria como en Llucmajor.
Como ya se ha dicho al principio, además de la voluntad de integración en el lugar y la economía de medios, el otro elemento significativo en la obra de estos arquitectos es la clara voluntad de adaptación a la realidad de los sistemas constructivos y a la tradición del lugar donde van a construir. Este hecho se manifiesta en la utilización de materiales y acabados sencillos como el mortero pintado de blanco, las celosías de obra, el hormigón visto, el marès (piedra arenisca) o la cerámica. Y, asimismo, con la elección de sistemas constructivos disponibles para los constructores locales para la ejecución de forjados, carpintería y pavimentos…, sin renunciar, cuando es necesario, a un nivel muy interesante de detalle, como en el caso de Sa Vinyeta, donde la resolución de enrejados, vallas y puertas consigue un punto de calidad muy adecuado en las zonas en las que se establece una relación más directa del usuario con el edificio.
Y ya para acabar, y sin querer entrar en la valoración detallada de las obras que se muestran en esta selección, una última consideración que al mismo tiempo es una apuesta: creer que acertamos si decimos que el hilo del discurso que interesa a los arquitectos Ripoll y Tizón es el de la arquitectura que ha buscado ser contemporánea pero no necesariamente moderna, el de la arquitectura que ha buscado servir a las personas, siendo realista y respetuosa con el lugar. El hilo, en definitiva, que ha caracterizado la mejor arquitectura realizada en las islas en los últimos cincuenta años: la de Josep Lluís Sert, Erwin Broner o Antoni Alomar.
“Para un arquitecto, más que la habilidad de imaginar espacios, lo importante es la capacidad para imaginar la vida”, decía el arquitecto finlandés Aulis Blomsted. Creemos que las obras seleccionadas permiten ver cómo Pep Ripoll y Juan Miguel Tizón están en este proceso: el de ir probando, el de ir buscando la que sería su forma de imaginar la vida. Direcciones diversas en algunos puntos, caminos conocidos y algunos experimentos. Pasos de unos arquitectos que hacen bien su trabajo y que todos esperamos que no se alejen nunca de la sencillez y del rigor que ya han mostrado en sus primeras obras.
© D’A digital COL·LEGI OFICIAL D’ARQUITECTES DE LES ILLES BALEARS