D'A

Edición 4: febrero de 2015

Mireia Cabaní

Hay quien para ver mejor, escucha y hace preguntas. No en vano atribuimos al sabio la humildad de quien reconoce que no sabe, de quien busca. De la misma manera que Louis I. Kahn preguntaba al edificio qué quería ser, convencido de que la naturaleza del espacio nace de las diferentes voluntades de ser en el mundo de las personas, al ver la obra de Joan Riera, nos parece oír la pregunta adecuada, y por suerte también, encontrar la respuesta acertada. Quizá es así, porque además de los aspectos cuantificables óptimamente resueltos, su arquitectura, sin pretender sorprender ni ser original, sí que transfigura, revela y restablece una relación profunda con la realidad.

Y lo hace atendiendo al lugar, al programa, al cliente, al sistema estructural y constructivo. Casi como si se tratara de una ecuación matemática, exacta y elegante, en la que “si no encaja todo, nada encaja”[1], o como un haiku, que con sílabas y métrica sintéticas ilumina la concreción del mundo, para ir más allá.

La selección que ahora se presenta, quiere dar una visión global, aunque necesariamente incompleta, de los diferentes ámbitos del oficio en los que ha trabajado Joan Riera, ya sea solo o en colaboración; y así mostrar el desarrollo de una manera de pensar y hacer, que estructura y da forma a las propuestas en cualquier ámbito y escala a partir de una misma lógica, respetuosa, rigurosa y amable, tanto con las personas como con el entorno, a partir de un método que sobre todo quiere estar al servicio de los demás.

Un buen ejemplo de ello es la casa Riera Serra (Son Espanyolet, Palma, 1992-1994) que coincide en muchos aspectos con otra obra primeriza, la casa Aguilera (Gènova, Palma, 1990). Las dos hablan de la misma búsqueda y objetivos. De hecho, en estas obras ya podemos observar constantes que reencontraremos en muchas otras: la honestidad del sistema estructural que modula y organiza, junto al tratamiento cuidadoso de las soluciones constructivas; el diálogo con lo existente y con la tradición, en la línea de maestros como Antoni Alomar, ya sea a partir de la composición de volumetrías de vacíos y llenos que enlazan con la tipología del barrio -de casas entre medianeras de poca altura con jardines y patios-, o retomando recursos de la arquitectura local. Esto se puede ver tanto en el tipo de espacios proyectados, como en el uso de las pérgolas y porches, y también de materiales como la piedra; y a la vez en la economía de medios y técnicas constructivas, una característica que a su vez es propia de los clásicos de la arquitectura moderna. Una manera de hacer en definitiva, que recuerda la “sencillez sencilla” de Alejandro de la Sota, de gesto justo, casi silencioso y que da como resultado un lenguaje intemporal, como la fachada norte de la casa que con su radicalidad no hace sino poner de relieve el muro de piedra y el material humilde de acabado, dando toda la importancia a la entrada y a la bienvenida.

También se ha de señalar la buena disposición de los espacios, optimizando los usos a partir de les relaciones entre ellos. Las estancias proponen una manera de vivir feliz más allá de servir a su función primera. Los interiores, con relaciones tangenciales y visuales escogidas, junto a la austeridad y calidez de los materiales, nos hacen sentir bien, a lo que contribuye igualmente un trabajo en sección que quiere evitar la rotundidad o dureza en el conjunto y preservar la escala doméstica.

Esta habilidad para disponer las piezas, consiguiendo relaciones inmejorables, también se manifiesta en la disposición del programa del CEIP de Cas Capiscol (Palma, 2003-2005, con Miquel A. Lacomba). En este caso aprovechando los desniveles del terreno y la relación con la calle, articula unos espacios exteriores a modo de colchón entre ésta y el edificio, y consigue diferenciar el patio de los pequeños sólo con la sección, y con los porches genera filtros que evitan cerramientos y puede ofrecer así una pista de juegos al barrio. El conjunto presenta una transición de los espacios públicos a los privados articulada con pertinencia y finura, como un rompecabezas que resuelve el interior dándose al exterior, en la línea de su interés por el espacio público y lo común, como ha podido trabajar en otras de sus obras.

Por este motivo se ha querido incluir en la selección la zona verde de Can Simonet (Palma, 1989-1991, con Carles Moranta) poco valorada y destruida en gran medida. Aquí encontramos de nuevo el tratamiento cuidadoso de las entradas, que nos introducen e inician hacia otro estado, y también el trabajo topográfico, a la vez que la decisión de prescindir de pavimento, aprovechando la oportunidad de pisar tierra bajo los árboles en la ciudad. Esta fue su primera aportación al ámbito público, después vinieron otras tan importantes como el eje cívico de la calle Blanquerna (Palma, 2008-2010, con Antoni Forteza).

De la misma manera, reencontramos los valores que hasta ahora hemos destacado, en la realización de viviendas plurifamiliares. El edificio en la calle Esparteres, detrás de la iglesia de la Sang (Palma, 1998-2001), para el Patronat Municipal de l’Habitatge, trata con máxima adecuación y delicadeza el entorno que le acoge, uniéndose a él y mejorándolo. Consigue así un equilibrio impecable entre una arquitectura contemporánea -con una distribución interior atenta a la manera de vivir actual- y una ubicación en el centre histórico tan particular y específica, aportando una fachada resuelta a la escala y detalle de las necesidades de la pequeña plaza triangular de la cual en seguida formó parte.

La deseada permeabilidad al lugar, ya presente en otros proyectos, es llevada al extremo con la casa Cerdà (Cala Galiota, 1997-2007, con Fran Barceló). En este caso el proyecto se define como un continuo de membranas, un envoltorio ligero y sensible que filtra el entorno, permitiendo las transparencias y que actuando por mimetismo se tiñe del ambiente del lugar, de la luz, del cielo, del reflejo del mar, y casi deja de ser un espacio, con sus cualidades físicas propias, gracias a la vibración que le aportan los elementos móviles -tan antiguos y tan modernos como las persianas correderas de aluminio natural- que dan vida a una construcción que se adapta y se transforma en cada momento, al ritmo del desplazamiento de las sombras.

La importancia de la luz como material básico de la arquitectura, también es protagonista de una intervención en un edificio existente, un taller para una pintora (Palma, 1997-2000, con Fran Barceló). Esta rehabilitación en medio del tejido urbano se trata con ingravidez extrema. La nueva construcción es prácticamente depositada sobre el espacio existente como si quisiera ser inmaterial, igual que hará en la ampliación de su casa, en Vil·la Maria (Son Espanyolet, Palma, 2001). Sin interferencias y con respeto, aquí capta la luz de todas las orientaciones a partir del trabajo en sección y con la relación que busca con cada uno de los volúmenes vecinos.

Finalmente una obra de madurez y de encuentro con la naturaleza, la casa Pasqual (Manacor, 2005-2009), en la tierra donde nació. Aquí el edificio, construido con marès, busca fundirse con el entorno y ofrecer visuales directas hacia el campo en todas las direcciones. Nos rodea como una sensación de sacralidad aunque entremezclada con la de acogida y comodidad. Los materiales dan otra densidad al aire, otra cualidad a los sonidos, domina la calma. El contacto con el paisaje es suave, se articula con diversidad de espacios intermedios entre interior y exterior, vacíos y llenos. Heredera del proyecto de la casa Castelló (Establiments, Palma, 2005) no construido y de la versatilidad de las diversas agrupaciones propuestas en el concurso de viviendas en es Pil·larí (Palma, 2000, con M. Lucena/A. Mayol/A. Pérez-Villegas). Trae a la memoria estos versos de Felipe Boso.

Quiero

una casa sin casa,

de campo,

sólo de campo.[2]

 

Quizá el ejercicio de esta profesión no es sino una manifestación de una forma de entender la vida y de responder a la realidad. El propio Joan Riera ya nos hablaba de ello en su reseña dedicada a los arquitectos Ripoll-Tizón, que apareció en esta misma revista, titulada “Imaginar la vida”. En este sentido la forma de trabajar de Joan Riera es una demostración de su interés por todas las cosas y de su implicación, de la tozudez y paciencia infatigables con las que busca la precisión en sus propuestas. Pero esta precisión no es un objetivo en sí, sino el medio para llegar al resultado que busca: imaginar la arquitectura más adecuada para aquel programa, para aquel lugar… eso tan difícil de explicar y conseguir, pero que cuando está presente, notamos con claridad: el acierto de la propuesta.



[1]  Louis I. Kahn

[2]  Fragment de Poema idealista, De T de trama, 1970, Felipe Boso

 

 




© D’A digital COL·LEGI OFICIAL D’ARQUITECTES DE LES ILLES BALEARS